domingo, abril 15, 2007

Por la boca muere el pez...

El dios que me vino a tocar en suerte al nacer es un dios del signo piscis. No creo en horóscopos, aunque todo parezca indicar que soy un típico géminis. Me cuesta además creer en un dios que no hace el amor. Me duele creer en un dios así. El dios que me tocó en suerte al nacer es uno que no tiene cuerpo, ni sexo. Y no sabe de lo que se pierde el pobre (o quizás si sabe, y por eso ha dejado de tomarse tan en serio). Afortunadamente tiene palabra (quizá sea un milagro de consolación). Con la palabra crea, con la palabra destruye, con la palabra castiga, con la palabra reconstruye.

Esa paradoja me resulta encantadora. Es un dios del signo piscis, y es un dios de palabra. Extraña combinación pues el pez muere por su boca, y harto cuesta a los peces hablar. Otra cosa es caminar siendo un pez. Quizá por eso sea que ese dios no tenga piernas para abrir o para cerrar, para entregar.

En la pasada semana santa estuve leyendo, después de semanas sin facilidad de acceso a Internet, las novedades del mundo origamístico. Me encontré con la imagen que tomó Román de una máscara en México, rostro que era perfecta representación de aquel dios/pez del que hablaba. Aunque quise plegar el modelo en esa semana, solo en pascua tomó forma. Sale así uno de esos modelos que pedía la entrada anterior, uno que sea dos en uno, uno que siendo uno sea dos. Le enseñé, de paso sea dicho, el modelo a Jorge Jaramillo, uno de los más estudiosos origamistas que conozco. Su referente fue Escher. He de confesar que yo no pensé en este referente, aunque es sin duda acertado. Los trabajos de Escher pasan de ser pez a ave, ave a ciudad, ciudad a ajedrez. Este modelo pasa de pez a rostro, con una transición fluida que permite al pez nadar, o al rostro pensar; al pez ser dios; al dios ser pez.